LA LIBERTAD DE LA SANIDAD INTERIOR

Corrie Ten Boom, la preciosa santa que sufrió un trato cruel e inhumano en el campo de concentración de Alemania, había hablado recientemente en una iglesia en Munich. Después, se quedó sorprendida de ver que su antiguo captor se le acercó. Sintió que su corazón dejó de latir cuando él se le acercó, le extendió la mano, y se presentó como uno de los guardias en Ravensbruck.
    Desde la guerra él se había convertido al cristianismo, él dijo:
-Yo sé que Dios me ha perdonado por las cosas crueles que hice allí- confesó-, pero me gustaría escucharlo también de sus labios-luego, con la mano extendida, le preguntó en forma directa-, ¿Me podría perdonar?
   Corrie describió los pensamientos que corrieron por su mente en ese momento:

Y yo quedé allí de pie, yo cuyos pecados tenían que ser perdonados a diario, y no podía. Betsie había muerto en ese lugar, ¿podría él borrar su lenta y terrible muerte, sólo con preguntar?
No pudieron haber sido muchos segundos los que él estuvo allí de pie, con su mano extendida, pero a mí me parecieron horas mientras luchaba con la cosa m;as difícil que he tenido que hacer.
Porque tenía que hacerlo, yo sabía eso. El mensaje de que Dios perdona, tiene una condición anterior: que nosotros perdonemos a aquellos que nos han injuriado. "Si no perdonas a los hombres sus ofensas", dijo Jesús, "tampoco tu Padre en los cielos perdonará tus ofensas". Yo sabía esto no sólo como un mandamiento de Dios, sino como una experiencia diaria.

Corrie había abierto un hogar en Holanda para personas que habían sufrido terriblemente en las manos del régimen nazi. Ella sabía que aquellos que eran capaces de perdonar a sus antiguos enemigos, eran los que con más probabilidad podrían volver a rehacer sus vidas. Aquellos que se aferraban a sus amarguras, quedaban lisiados por las mismas. Sin embargo, ella se sintió sin fuerzas para responder:

Yo quedé allí de pie con mi corazón cubierto de frialdad. Pero el perdón no es una emoción, y yo también sabía eso. El perdón es un acto de voluntad, y la voluntad puede funcionar aparte de la temperatura del corazón. "!Jesús ayúdame!", oré en silencio. "Yo puedo levantar mi mano, puedo hacer eso. Tú suple el sentimiento".
Así que sin sentimiento, de forma mecánica, yo alcé mi mano hacia aquella que estaba estirada en mi dirección. Y a medida que lo hice, algo increíble sucedió. La corriente comenzó en mis hombros, corrió por mi brazó, y se lanzó hacia las dos manos unidas. Y entonces, la cálida sanidad comenzó a inundar todo mi ser, trayendo lágrimas a mis ojos.
-!Te perdono hermano!-lloré-. !Con todo mi corazón!
Por un largo momento sostuvimos nuestras manos, el antiguo guardia y la antigua prisionera. Yo nunca conocí el amor de Dios de forma tan intensa como lo conocí entonces.

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